martes, 2 de marzo de 2010

Saqueos en Concepción, ni revuelta social, ni la horda de Atila

En 1977 Nueva York sufrío un corte de luz que dejó a oscuras la ciudad durante una noche. En dicha oportunidad desde los barrios pobres llegaron miles de persones a saquear los grandes almacenes y tiendas comerciales, como si se tratara de la fiesta de la subversión del consumo. La policía sobrepasada, entre la alegría desbordante de los saqueadores que gritaban ¡ Feliz Navidad !, capturó a 4.000 saqueadores.

Escenas como éstas se han repetido numerosas veces como consecuncia de eventos de distinta naturaleza, con mayor o menor violencia, en estos últimos 30 años. Ocurrieron en medio de explosiones de violencia "racial" 1992 en Los Ángeles (gatillada por el caso de Rodney King); en 2001 a causa de la perdida de confianza en el sistema político y económico, durante la crisis argentina (recuerden la estafa del Corralito); o en medio de desastres naturales como el huracán Katrina en Nueva Orleans el 2005 o en el Chile del Bicentenario, luego del terremoto del pasado 27 de febrero.

Si revisamos nuestra historia, tal como nos recuerda acertadamente Salazar, escenas de saqueos han ocurrido por montones. En consecuencia, ¿que tienen de particular los "sucesos" post-terremoto en Concepción y alrededores? Lecturas pueden hacerse muchas y desde múltiples puntos de vista. Desde las clásicas banalizaciones de sentido común, que señalan que en estos casos se muestra lo mejor y lo peor de un pueblo; hasta interpretaciones materialistas que ven en esto una "explosión de descontento social"; pasando, por la justa pregunta sobre el tipo de sociedades que hemos estado construyendo.

Sin olvidar, por cierto, la posible interpretación del nunca bien ponderado Thomas Hobbes, pues una vez ausentado el Leviatán, sus súbditos se lanzaron a una guerra de todos contra todos, cual si hubiesen vuelto al Estado de Naturaleza, cada uno buscando su propia seguridad y su propio beneficio, revelando que lo único que los mantenía unidos y los hace reaccionar es el miedo, sea al Estado (y sus instrumentos de control) como a su ausencia.

Frente a las primeras imágenes de saqueos en Concepción (bajo el lente de TVN), me dio la sensación de estar frente a una gran manifestación de individualismo. Cada uno "matando su propio piojo", como diría un tío mío. Lo cual es una consecuencia esperable de los valores sociales dominantes que se promueven en Chile (desde los medios, las escuelas, el parlamento, los partidos o las universidades): el éxito por encima de todo, la ambición y la viveza como cualidad, el consumo como valor. Si se nos ha enseñado a desconfiar de la sociedad (ya que está enferma), a preferir lo privado a lo público (siempre ineficiente), si se nos promueve la carrera personal en desmedro de lo colectivo. Pues bien, la respuesta no puede ser otra que una salida individual (o en pequeños núcleos), sin esperar nada del Estado, cuando sus mecanismos de control social quedaron suspendidos y su capacidad de control del territorio se desvaneció.

En este marco, es claro que las respuestas individiales van a ser tan heterogéneas como diferentes son las personas entre sí, siendo un error metodológico los hechos de estos días, como si existiera un "otro" objetivado: el "saqueador", con finalidades, medios y estrategias comunes. Pues mientras unos se preocupaban de buscar agua, comida o pañales para repartirlos entre sus familiares y vecinos desesperados, dados los rumores de desabastecimiento, otros aprovechaban la oportunidad de obtener lo que siempre han deseado y no han podido tener (por ejemplo, el bendito Plasma); algunos daban rienda suelta a su rabia, mientras otros se concentraban en aquello que les permitía pasar unos días hasta que se "restableciera el orden"; varios aprovechaban la oportunidad de abastecerse, pensando en hacer negocios.

Unos eran más solidarios, otros mas egoístas; unos tenían más miedo, otros eran más arriesgados; unos entraban sólo a negocios, otros incluso robaban casas; algunos deserrajaban negocios y bodegas, otros iban sobre los restos que dejaron los anteriores; más de alguien intentaba hacer entrar en razón a la turba inorgánica, mientras muchos se dejaban llevar por la psicosis colectiva; y así sucesivamente. Sin duda, muchos de los que entrarón a desvalijar supermercados en el día, en la noche organizaran barricadas para defender sus pertenencias.

El correlato "legítimado" (en una sociedad individualista) de estos saqueos del centro sur, fueron los acaparamientos desproporcionados en Santiago (de bencina, agua, víveres e incluso pilas), los cuales ayudaron a alimentar una psicosis del desabastecimiento. Sin embargo, el mecanismo que está en la base es casi el mismo, "aprovecho mientras pueda, sin importarme el resto". La única diferencia es que en un caso los negocios estaban abiertos (y se acaparó) y en el otro cerrados (y saqueó). La contraparte del saqueo, fue la defensa de la propiedad privada con armas de fuego, palos y barricadas, organizando milicias improvisadas dispuestas a matar. En un contexto de incapacidad de acción por parte de las ya débiles estructuras del Estado, la "sensación" de descontrol se contagió como la peste y degeneró hasta convertirse en pánico o psicosis colectiva. El que saqueaba con cierto temor (o pudor), lo hacía ya descaradamente, sin importarle las consecancias; y el que disparaba al aire, ahora lo hacía a matar.

Así la "multitud" tomó en sus manos algunas de las funciones que la sociedad había delegado en el Estado (y éste en el mercado), como la distribución de víveres y la defensa de la propiedad, quedando otras huérfanas, por ejemplo, el control del territorio o el suministro de servicios básicos. No fue una masa que se apropió del espacio público y generó una revuelta social que puso en jaque al Estado, fue una multitud multiforme, contradictoria y extramedamente dificil de manejar o predecir, que aprovechando la inoperancia estatal anuló el espacio público, pues no los movía una finalidad, ni una estrategia común. No era una gran masa que se dejaba llevar por la corriente de los eventos, eran incontables individuos y pequeños colectivos, muchos contradictorios entre sí, cada uno de los cuales seguía sus propios fines.

En este contexto, muchos, la mayoría quizás, miraba con temor encerrados en sus casas, esperando que "alguien" hiciera algo. Ese alguien, no podía sino ser el Estado, el cual haciendo uso de su brazo armado, finalmente se decidió a recuperar por la fuerza el control del territorio. Decretando el Toque de Queda y ocupando con miles de efectivos militares las ciudades, bajo los aplausos y suspiros de alivio de muchos de sus habitantes.

No creo que haya habido una revuelta como esperaría un optimista anti-gobalización, ni una explosión masiva de descontento social. Tampoco la toma de la ciudad por parte de una masa de hordas "flaites", como pregonan los asustados conservadores. Aquí no hubo un enfrentamiento de las "hordas de Atila" contra la policía y el Ejército, tampoco un intento de subvertir el orden social, de cambiar o conseguir algo. No hubo un objetivo, ni una finalidad. Fue más bien una reacción a la ausencia de control social por parte del Estado, como en el apagón de Nueva York de 1977, que desató respuestas inorgánicas, más o menos espontáneas y heterogéneas, que se aprovecharon de la impunidad que crea la asuencia de represión y control estatal. Quizás la gran diferencia en este caso, fue que mucha gente habiendo perdido su confianza en un Estado, cada vez mas pequeño y menos distribuidor, sin esperar nada de él, llegó y derechamente se tomo lo que creyó tenía que tomarse, perdiendo de paso el miedo a las consecuencias de esta opción.

En este confuso mar de posibles interpretaciones, yo dejaría tan solo una pregunta. ¿Sobre qué elementos se descansa la cohesión social?, es decir, qué hace que en general configuremos una comunidad política que se organiza y vive, respetando una serie de reglas comunes (aunque definidas por otros), si una vez desaparecidos temporalemente los mecanismo formales de control social, parece que ellos nunca hayan existido.

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