viernes, 11 de mayo de 2012

La falacia de los huevos azules


por Antonio Loma-Osorio Pacheco

Me di un baño de fútbol copero esta semana. Derrota inapelable pero digna de Unión el miércoles en Santa Laura y carnaval azul el jueves en el Estadio Nacional. Ambas ocasiones, coronadas con un colorido y espectacular marco de público.
Perdió la Unión, sin espacios a la duda, ante un muy superior Boca Juniors. A la salida del estadio, escuchaba el consuelo de los hinchas hispanos, quienes no se cansaban de repetir que “al menos, los cabros pusieron huevos”.
Tras un buen rato intentando descifrar por dónde podía entrar al Estadio Nacional, logré que alguien, en medio del caos dantesco, me diera pistas de cómo llegar a mi asiento… Atravieso la puerta de Avenida Grecia y camino hacia el coliseo, mientras por mi lado no cesa el desfile de hinchas azules quienes pregonan, en una sola voz: “Hoy lo damos vuelta. Hay que poner huevos”…
“Poner Huevos”… Hm…
Logro encontrar una butaca y veo con gusto cómo el estadio se va tiñendo de azul. Por las escalinatas sube un muchacho con una bandera de la U que le cubre las espaldas y, apenas se encuentra con otro camarada, le pregunta ansioso:
“¿Cómo estamos para hoy?”
Su socio lo mira, imposta curiosamente la voz, como imitando un acento argentino, y le responde…
“Bien locooooo (ese loco debe leerse realizando el fonema O, pero con reproducción bucolabial emulando la letra E… Es algo así como locoeoeoeoeoe). Hoy ganamos por aguante y huevooooo (para leer ese huevo, repítase el procedimiento explicado más arriba y aún con la impostación de voz imitando un acento argentino)”. Alocución acompañada, obviamente, por el símbolo de los cachos que Ronnie James Dio popularizara en los conciertos de Heavy Metal.
Que en Chile seamos buenos para importar asuntos del exterior no es cosa nueva (ni mala tampoco, ojo). Sin ir más lejos, el “Padre de la Patria” era un fulano de apellido O´Higgins y el decano de nuestro fútbol es nada más y nada menos que el querido Santiago Wanderers.
Mucho menos yo puedo criticar la importación futbolística que nos ha llegado desde el otro lado de la Cordillera, pues desde el “Charro” Moreno en adelante, el aporte venido desde Argentina, sin dudas, ha dejado su marca. Nómbrelo usted: Spedaletti, Isella, Gorosito, Scandoli, Pinina Palacios, Leo Rodríguez, Barti, Hueso Houseman…  cualquiera que se le venga a la memoria. Elíjalo. No son pocos quienes no han hecho sino dejar un buen recuerdo por estos pastos.
Pero hubo algo que, de pronto y sin anestesia, cambió radicalmente nuestra forma de ver el fútbol. En mi tierna y cada vez más lejana niñez, pasaba buenas horas del día jugando a la pelota. Soñaba con ser Horacio Simaldone (antes que rompiera mi corazón y se fuera al Colo), al tiempo que mis amigos albos querían emular a Vasconcellos y quienes vestían de azul imitaban a Orlando Mondaca o a Liminha. A ninguno se nos hubiera pasado por la cabeza encarnar a Atilio Guzmán, Chupete Hormazábal o a Héctor Díaz.
Pero hoy la cosa es bien distinta. Oigo a los hinchas y lo único que importa es poner “Huevos”. Sin dudas que se trata de una terminología importada; y todos sabemos de dónde. De partida, en Chile a los genitales masculinos siempre se les han llamado bolas, huevas o cocos y el asunto de “poner huevos” es una clara referencia a la virilidad u hombría del atleta a la hora de defender sus colores, simbolizándolo todo en los testículos.
El asunto se popularizó con la llegada a Chile de los famosos barrabravas, la importación futbolística argentina que pocos quieren ver en los estadios. De un minuto a otro, el talento, la creatividad y, en definitiva, el FUTBOL quedaron en un rol secundario, para dar paso al interminable desfile de huevos, aguante, corazón y demás.
Veo el partido de la Chile con júbilo. Mucho tiempo que no veía en vivo a un equipo chileno demostrar tan avasalladora categoría. Junior Fernandes toma el balón. Lujito para allá, lujito para acá y un defensor de Deportivo Quito queda sentado en el suelo implorando piedad, ante tamaña demostración de destreza. Desde la tribuna baja un tibio aplauso que premia el talento del delantero.
Pasan unos minutos. Pelotazo largo de los ecuatorianos hacia el área de la U. José Rojas, uno de los futbolistas más limitados que yo recuerde en el primer nivel, se tira al piso y, en una jugada de rutina, envía el balón a un costado. El estruendo es inmediato… “¡Grande Pepe!”, “¡Grande Capitaaaaaaaaaaaaaaan!” Podría asegurar que algunos celebraron más esa acción nimia que los goles del cuadro vencedor.
Sigo sin entender el asunto de los huevos para acá y huevos para allá. Ok, me veo en la obligación de saltar la Cordillera. Boca Juniors es quizás el epítome de la cuestión. Es el equipo que con mayor fidelidad representa eso de los huevos. Y mucho de eso radica en una propia convicción interna de los fanáticos de ese club en asegurar que todos sus triunfos se han basado casi exclusivamente en el aspecto de la furia guerrera.
Falso, falso y cada vez más falso. Tras un período de gloria del cuadro xeneise en los 70, de la mano del mítico Toto Lorenzo, las huestes oro y cielo vieron con desazón como el equipo no cosechaba absolutamente nada en los 80. Y nada de nada. Incluso, tuvieron que sufrir en carne propia una ignominiosa derrota por 9-1 frente al Barcelona en la Ciudad Condal y una crisis deportiva que casi los manda a la Primera B. Ah, pero en ese equipo todos “la mojaban”.
No fue sino hasta la irrupción de futbolistas cualitativamente competentes, en el ocaso de los 90 y todo el nuevo milenio que Boca Juniors retomó su senda victoriosa. Con nombres como Riquelme, Oscar Córdoba, Chicho Serna, Palacio, Tevez, Marcelo Delgado, Guillermo Barros Schelotto o Martín Palermo el cuadro de La Boca logró llenar su vidriera de trofeos internacionales.
Volvemos a lo nuestro. Más allá de que la Chile dio la hora y hasta se fue a los potreros cuando había puros gladiadores que no hacían más que poner huevos y jugar con el corazón, si mal no recuerdo, el Colo Colo campeón de la Copa Libertadores basó su éxito en una filosofía de juego muy definida, vanguardista para esos años, y que se sustentaba en un balance futbolístico óptimo entre aguerridos (Margas, Peralta, Vilches) y talentosos (Yáñez, Garrido, Espinoza). Podríamos decir, entonces, que el mayor triunfo deportivo en la historia de Chile tuvo como sostén el fútbol y no el sustento y protección del embrión en los animales ovíparos.
Boca le ganó a Unión sin apelaciones y ¡Oh, paradojas! La gran figura fue Juan Román Riquelme, quien al trotecito, al salto y sin poner ni siquiera un ápice de la yema de un huevo de codorniz desplegó talento a raudales y dejo Knock Out a los hispanos. También estuvieron, entre otros,  Mouche, quien definió sin titubeos cuando pudo hacerlo, y un arquero como Orión quien debe estar entre los mejores que se han visto por pastos chilenos en el último tiempo.
La U le dio una paliza a Deportivo Quito. Y lo hizo gracias a un fútbol asombroso, trabajado, con pilares como Mena, Rodríguez, Junior y su talento inagotable, Díaz, Henríquez y Aránguiz, por nombrar a algunos.
¿Y los huevos? Esto es fútbol. Los famosos huevos dejémoslos para una riquísima paila con jamón y un café con leche a la hora de onces. Ideal para estos días de invierno.


https://www.facebook.com/profile.php?id=654759199