lunes, 29 de junio de 2009

Algún día aprenderán a vengarse ...

... Desde mucho tiempo atrás estaban en vigencia leyes que amparaban la propiedad de los indios reconociédoles su derecho de posesión del suelo que ocupaban; pero esto no fue un obstáculo para la codicia de nuestros civilizadores: no uno, cien procedimientos encontraron para burlar la ley y despojar a los indígenas, unos disimulados e injeniosos, groseros y descarados otros.


El más común fue este: el aventurero averiguaba el nombre del cacique ocupante de las tierras de que trataba de apoderarse, anotaba sus límites, y luego buscaba un mapuche cualquiera que por cinco o diez pesos se presentaba a la escribanía como si fuera el cacique dueño de las tierras en cuestión.

De acuerdo o no con el notario (porque algunas veces era éste sorprendido) se extendía la escritura, en que el supuesto cacique vendía su propiedad al aventurero por una suma proporcionada, de que se daba por recibido; el comprador, por lo común le dejaba por cuatro o cinco años el dominió de la ruca y de algunos terrenos adyacentes sin gravamen alguno y solo a condición de que le cuidase la propiedad. El mapuche, naturalmente, no sabía firmar; lo hacía a ruego un amanuense cualquiera, y el negocio quedaba concluido.


Años después, fenecido el plazo que se había fijado en la escritura para la entrega total de la propiedad, y cuando ya se había extendido la opinión de que el aventurero era dueño de vastos dominios, se presentaba éste a la ruca del cacique a exigir el cumplimiento de lo pactado. La víctima que, como no tenía noticia de lo que en su contra se había fraguado, no entendía una palabra de lo que se le pedía, naturalmente se negaba a entregar su hogar y sus tierras a aquel advenedizo. Entraba entonces a obrar la justicia y después de los trámites acostumbrados, se presentaba algún ministril acompañado de fuerza pública y lanzaba de su propiedad a1 infeliz indio, le destruía sus sementeras, le quitaba sus ganados para pagarse de las costas y le quemaba su ruca, para que no tuviese la idea de volver a reconquistarla.


El cacique tenía que alejarse con sus mujeres y sus hijos, y volviendo la cabeza a la distancia para mirar por última vez la rústica choza en que había nacido, a1 verla presa de las llamas, se humedecian sus ojos y proferían sus labios una maldición contra aquella cultura que llegaba hasta sus tierras, y jurando vengarse se internaba en las selvas. Pero aquel desdichado no se vengaba generalmente, porque la civilización que le arrebató cuanto tenía, tuvo caridad con él y le dio los medios de calmar las amarguras de la vida, le enseñó a beber alcohol y con este precioso lenitivo el mapuche, enervando sus sentidos, perdió su energía vengadora ...


Julio Valdés,

Sinceridad: Chile íntimo en 1910”,

(pp.172-173), Imprenta Universitaria, Santiago, 1910

2 comentarios:

maldonado dijo...

Estimado,

A las puertas de otro show histórico: el "Bicentenario", resulta todo un acierto revisitar a Venegas:

"No he podido resignarme a autorizar con mi silencio esta infamante comedia y vengo a turbar los cantos de regocijo, con mi voz lúgubre, como la de un ave siniestra que grazna sobre las ruinas".

Esta frase ya nos anticipa que este libro nunca será "lectura obligatoria" en los colegios.

Saludos

Juan Carlos Santa Cruz Grau dijo...

Pero que debería ... más allá de la retórica (estilística) de la época , se ve que muchas cosas han cambiado para permanecer igual.